El título de este post ha cambiado al menos 5 veces debido en gran parte a que han pasado muchas cosas desde el lunes antepasado; estos últimos días estuve meditando acerca de qué poner, pues hay tanto por decir que no sabía por dónde empezar. Sin embargo, hace no más de media hora tuve una experiencia que, aunque podría parecer insignificante, decidió no sólo el tema de este post, sino de mi vida. And I'm not exaggerating.
Resulta que después de regresar del alemán y comprar unos deliciosos esquites, mi mamá y yo salimos para mover coches (pues mi vecina no tiene llave de la camioneta y obviamente no la podemos dejar encerrada). Apenas habíamos cerrado la reja del estacionamiento oímos que alguien preguntaba "¿Cómo puedo llegar al Viaducto?" y casi inmediatamente "¿Cómo llego a la carretera?"
Intrigadas, tanto mi mamá como yo nos acercamos al hombre que había hecho la pregunta. El señor vestía humildemente y tenía aquel acento que caracteriza a las personas que no viven en la ciudad; pero quizá lo que más noté al momento de acercármele fue que sus ojos estaban vidriosos y su voz temblaba un poco.
Mi mamá le preguntó que a qué carretera quería llegar, que a dónde quería ir. El señor extendió un papelillo con instrucciones escritas en tinta azul. La verdad es que no alcancé a leer toda la nota, pero después de algunos renglones no tuve que seguir leyendo: el hombre se dirigía a un pueblo en Oaxaca. Mi mamá le dijo al señor que para llegar a la carretera faltaba mucho como para ir caminando, y fue en ese momento en que el señor casi rompe a llorar. Había llegado caminando desde la Colonia Florida y le habían dado instrucciones de que llegara a Viaducto y de ahí fuera pidiendo aventones hasta llegar a Oaxaca. ¡Dios mío!, quien le haya dado semejantes instrucciones o es extremadamente ingenuo o simplemente cruel. ¿Quién demonios en esta ciudad le va a dar aventón a un hombre a las 10 y cacho de la noche? ¡Y en el Viaducto!
En fin, en ese momento yo ya estaba a punto de regresar a la casa por dinero, pero fue mi mamá la que me dio las llaves y me dijo "Tráeme 50 pesos". Al escuchar esto, el señor todo nervioso dijo "Señora, pero yo no le puedo pagar eso", se metió las manos a las bolsas del pantalón y sacó unas cuantas monedas (que estoy casi segura no llegaban a los 4 pesos), las cuales cayeron al piso por el temblor de sus manos.
Corrí a la casa con Dasha atrás de mí y agarré del monedero de mi mamá 100 pesos. Cuando regresé con el billete mi mamá me dijo que mejor le diera puras monedas. Nuevamente regresé y agarré monedas de 10, 5 y algunas que otras de 1 y 2 pesos; por ser 100 pesos, obviamente el bonche de monedas era algo considerable, y en cuanto mi mamá le dio el dinero al señor lo primero que dijo fue "Ah su mecha!!!". No le alcancé a ver los ojos, pero estoy casi segura de que los tenía bien abiertos; no pude evitar sonreír ante su reacción.
Ya con las instrucciones de mi mamá (quien además le dijo más o menos cuánto le debía costar el transporte para evitar que le vieran la cara), el señor nos extendió su mano y nos dio lo único que podía dar: su agradecimiento, que es la mejor paga cuando se da de corazón. "Que Dios la bendiga señorita". Esas fueron sus últimas palabras.
Ya de regreso a la casa mi mamá me contó toda la historia de este hombre. Resulta que lo asaltaron en la Tapo, con lo cual perdió (además de sus pocas y humildes pertenencias) la dirección donde trabaja su hermana, a quien iba a llevar de regreso a su pueblo. De lo único que se acordaba era de que trabajaba en alguna casa de la Colonia Florida, y el buen hombre decidió ir a buscarla (seguramente nunca antes había venido a la ciudad...). Evidentemente no la había podido encontrar, por lo que decidió regresarse, y así fue como llegó a nuestra puerta.
En fin, la verdad es que me gustaría haber hecho algo más por él, pero espero que con lo poco que ayudamos pueda llegar sano y salvo a su pueblo.
Este encuentro me dejó una gran cantidad de sentimientos, pero principalmente 2:
(1) indignación; se me hace una verdadera aberración que haya gente capaz de robar a personas tan humildes como este hombre; ¡Qué falta de ética y de corazón!
(2) sentido de responsabilidad; de haber escrito todo lo que me ha pasado estas últimas 2 semanas parecería que mi vida es insoportable, cuando en realidad soy increíblemente afortunada, y lo cierto es que debería apreciar lo que tengo y aprovecharlo al máximo. Tengo la gran fortuna de tener padres que me quieren, amigos que me apoyan, un novio que me ama, recursos para hacer lo que me gusta, ¿qué más puedo pedir? Yo sé que el señor al cual mi mamá le dio dinero hoy tiene exactamente las mismas facultades que yo, y sin embargo no posee lo que yo por la gran injusticia que existe en este mundo. Lo menos que puedo hacer es dejar de quejarme y seguir desarrollando mis facultades para que, algún día, pueda hacer algo más que dar dinero. No sólo quiero dar el pescado, quiero enseñar a pescar.
Nuestro más profundo temor no es ser incapaces. Nuestro más profundo temor es que somos ilimitadamente poderosos. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos atemoriza. Nos preguntamos a nosotros mismos: ‘¿Quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y maravilloso?’ En realidad, ¿quién eres para no serlo? Eres hijo de Dios. Empequeñecerte no le sirve al mundo. No es inteligente hacerte menos para que otros no se sientan inseguros a tu lado. Hemos nacido para dar pruebas de la gloria de Dios que está en nosotros. No está sólo en algunos de nosotros, está en todos. Y en la medida que dejamos de brillar nuestra propia luz, inconscientemente permitimos que otros hagan lo mismo. En la medida que nos liberamos de nuestro temor, automáticamente nuestra presencia libera a otros. - Nelson Mandela